Una luna y otra besaban mi soledad.
Vacíos ecos abrazan mis oídos.
Y tú, cual reloj de arena,
impronta momentánea en mis suspiros
por última vez bautizas mi vientre.
Muda, tranquila, serena, piel de nieve.
Pequeña aguja en mi cavidad encarnecida.
Hilo de perla atado a mi destino,
cuelgas de mí, me absorbes toda,
nadas en la brevedad de mi tibio océano,
tocando fondo, presa y libre, triste y feliz.
Y yo, como en cada aurora en que traspasa mis fronteras,
impulso mis garras,
aruñando desde abajo
cada puñado de tierra,
para hacerla barro entre mis sueños.
¿Cómo impedir que láminas de hielo
cristalicen mis pupilas
o que aquel dolor clavado
destronara mis fuerzas?.
¡Oh luz delirante!.
Apresas mis sentidos, ahoga mi aliento,
soplo latente que fragua mis noches.
¡Oh luz!.
Que deslizas tus acentos
sobre el brillo de mis cunas,
que rodeas el cuello de mis ventanas,
no pellizques mis mejillas
al despuntar el alba,
calienta mi ombligo,
desciende a mi mundo,
sostente a mis palmas
y quédate en mí.
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